La empatía es un término originario del griego que significa “sentir en” o “sentir dentro” de uno mismo la realidad emocional ajena como propia, lo que la convierte en una cualidad bendición para el alma. Es la capacidad de ponerse en lugar del otro, de sentir, de comprender, captar y compartir sensaciones y emociones con los demás, es la inteligencia emocional en acción. Como en todo es una cualidad que ha que equilibrarse, un defecto de empatía nos aísla del entorno, un exceso puede diluir la difusa línea que separa nuestra vida emocional de la de los demás hasta perder la propia identidad…
Alguien sin ninguna empatía es un peligro para la sociedad y para si mismo, pues al no conocer sensiblemente a los que le rodean, puede herirlos o maltratarlos sin siquiera alterarse. Al no ser capaz de percibir el sufrimiento ajeno, el que carece de empatía es lo más parecido a un analfabeto emocional, poco capaz de comprender o compadecerse de alguien y mucho menos crear armonía en un grupo.
También el exceso de empatía puede ser perjudicial si llegamos a ser insensibles a nuestras propias necesidades y emociones en favor de las ajenas, es la generosidad mal entendida, una inmolación personal que puede llevarnos a la pérdida de identidad personal o a ser víctimas de manipulación. El que tiene un exceso de empatía deja de estar en contacto con la propia realidad y ya no sabe si lo que siente es suyo o de otro. Es capaz de sacrificarse por los demás en perjuicio propio, lo que le lleva a ponerse en peligro o autodestruirse. Es un acto de amor al prójimo mal entendido que se traduce en un acto de violencia y auto negación contra si mismo.
Con la empatía adquirimos conocimiento del entorno, no sólo formal e intelectual sino también emocional y sensitivo. Esa información nos permite tomar mejores decisiones para el bien común, incluida la de bloquear a los no empáticos que no perciben que están agrediendo. La empatía y la información que nos brinda nos da el poder de hacer felices a los demás, la capacidad de ayudarlos o sanarlos si lo necesitan o proteger a los inocentes de los no empáticos con capacidad destructiva.
A mi entender, afinar esta cualidad es vital, llegar a adquirir la justa medida de sentir para comprender, ayudar, mejorar, disfrutar, compartir o acompañar adecuadamente al otro, pero sin dejarse invadir por su vida emocional hasta el punto de perder el propio rumbo.
En el caso de las emociones negativas, a lo largo de estos años en mis cursos he conocido a muchas personas que se blindan para evitar sufrir por una excesiva empatía con el dolor ajeno, sufren por el dolor del prójimo hasta dejarlos inútiles para ayudarlos o comprenderlos, lo que les inhabilita para soportar el propio sufrimiento, para comprenderse y ayudarse a si mismos. Al dejar de sentir para no sufrir, dejan de sentirse también a si mismos, tratan de vivir la vida y comprenderla a través de la cabeza, con lo que su vida emocional se atrofia hasta el punto de no saber tomar decisiones equilibradas entre lo emocional y lo intelectual.
Decidir en base a una idea que nos parece bien o razonable sin contar con lo que sentimos por ella es seguro de fracaso a largo plazo. Cuando tenemos una idea, si las emociones están bien sintonizadas, éstas nos pueden dar la sensación justa de las vivencias que nos traerá esa idea cuando la llevemos a la práctica y se haga realidad. Sin esa lectura emocional, puede que llevemos a cabo ideas que atentan flagrantemente contra nuestros sentimientos, ideales y anhelos y a la postre contra nuestra alma. El famoso “yo quería esto, ya lo tengo y ahora no me hace feliz”, es el resultado de la típica decisión tomada con cabeza y sin testarla con el corazón.
El dolor es una señal emocional que debe ser superada no bloqueada y evitar así que llegue a ser crónica, pues se convierte en sufrimiento y en la base de patrones negativos y limitantes de la personalidad. En lugar de vivir una vida creativa generadora de experiencias y felicidad, el “doliente” convierte su vida en una búsqueda para evitar el sufrimiento, deja de amar la vida para tratar de combatirla o de protegerse de ella.
Blindarse no es la solución, más bien sería la de aprender a manejar las emociones, dejarse sentir, que nos brinden su mensaje imprescindible para tomar decisiones que nos aporten utilidad y felicidad, y no destrucción y sufrimiento. Si no atendemos nuestros sentimientos respecto a las decisiones que tomamos todos los días, éstas pueden llevarnos justo al dolor que queremos evitar.
El otro caso es la empatía positiva. Sentir el amor, el entusiasmo y la alegría del otro puede llenarnos de emociones positivas vitales para recrearlas también en nuestra vida. Muchos reciben ese tipo de emociones, las “consumen” y disfrutan, pero no hacen nada creativo con ellas. Si algo positivo te conmueve aprovecha el regalo que otro creó para ti y muévete en esa dirección, genera más energía y conviértete en inspiración de los que buscan a su vez alimentarse y aprender a crear energía positiva. Busca alimentar a los demás con tu ejemplo y creatividad de la misma manera que otro lo hizo para ti. Devuelve al mundo las bendiciones que el mundo te brindó, y todo quedará en equilibrio.