Una de mis lectoras, tras leer el post anterior “trabajar la felicidad” me preguntó:
¿Qué pasa cuando tienes una meta, trabajas para conseguirla, y no te sale? Entonces te frustras…. ¿Qué pasa con la felicidad?
No tengo respuestas para todo, pero sí he podido trabajar con mucha gente y observar que aquéllo que se nos dijo de “pedid y se os dará” se quedó algo corto. Pedir es sólo el primer paso. Cuando alguien se pone una meta definida, ha de tener en cuenta que las decisiones se toman desde dónde está, y normalmente no se sabe lo que a uno le espera, lo que necesita, lo que tendrá que trabajar, solucionar o sacrificar para llegar a su meta. Tener la decisión tomada y asumida de “ir a por todas, pase lo que pase” es la primera fase del trayecto; muchos ya se quedan en esta cuneta.
Después viene el darse cuenta de que además de la meta y del resultado deseado, hemos de conseguir las cualidades necesarias para conseguir ese resultado. ¿Y si decido que deseo ser mi propio jefe y trabajo para conseguirlo? No solo se necesita una meta y trazar un plan de ejecución, también adquirir talentos como autodisciplina, tesón, trabajo, observación, preparación….y un sinfín más de cualidades que vamos descubriendo que necesitamos para transitar por ese camino. Para tener éxito en algo, puede que tengamos que trabajar de 20 a 30 patrones como mínimo. Pedir ayuda al universo para que nos guíe en este sentido es más necesario a veces que el mismo resultado.
Por ejemplo: Una parte mí desea la libertad de ser mi propia jefa y tener un negocio propio, pero otras partes de mi pueden tener patrones incompatibles con ese objetivo, patrones que hay que ir descubriendo, trabajando y reprogramando para que no bloqueen la manifestación física de las circunstancias, ideas y ayudas que el universo nos brinda cuando tenemos un plan. La energía de avance se ve obstaculizada por esos patrones negativos, que pueden ser miedo al fracaso, o miedo al éxito, puedo tener un patrón de vaga, otro que me precipito y me equivoco en demasía y tengo que rectificar constantemente, a lo mejor me falta visión de futuro, soy imprudente con el capital, elijo mal a los colaboradores o socios, o me lanzo si saber exactamente lo que quiero aportar a la sociedad, tengo miedo al riesgo, o al revés, me arriesgo demasiado sin pensarlo bien…
Si además hemos intentado varias veces algo, y no hemos tenido éxito por alguno de estos patrones negativos, se le suma lo que ya pensamos y decimos sobre nuestra capacidad fruto de la mala experiencia, cosas como : “No soy buena en esto, siempre me equivoco, mejor no intento nada, siempre atraigo a la gente que me traiciona»…..
Sumado a esto, la mayoría de la gente intenta aprender las leyes de la sociedad, y si, son imprescindibles para avanzar, pero además hemos de ser estudiosos de las leyes de la naturaleza y del universo. Si observamos la naturaleza y sus leyes, son justas y equilibradas, la naturaleza por si misma se autorregula. Sin embargo, las leyes de los hombres lo intentan, a veces son justas, a veces no. La conjunción de ambas hace que a estas alturas los humanos aún no sepamos muy bien qué hay que hacer exactamente para que nos salgan bien las cosas a la primera, que no entendamos porqué el mundo es como es.
Al interferir constantemente en las leyes de la naturaleza y de la manifestación física, el hombre va cambiando las reglas del juego. Así por ejemplo, en la naturaleza el mejor, según sus criterios, suele ser el amo y señor. En algunas sociedades humanas a veces se valoran más la estupidez, la superficialidad, el egoísmo, lo cutre o la violencia, y por ello los mejores quedan apartados del poder y de las decisiones, simplemente porque se valora más lo peor. Y la responsabilidad de ese desequilibrio en la valoración es del hombre. La crisis de valores que actualmente vivimos es el resultado de tener una deficiente capacidad de valoración de lo que realmente importa.
Lo mejor que uno puede hacer por si mismo es conocerse, ir viendo qué valores y talentos necesita para conseguir sus objetivos. Si uno se pone metas y no es consciente que para llegar a ellas se necesita trabajo y herramientas espirituales y psicológicas además de las físicas y materiales que trabajarse, entonces la frustración puede hacer mella profunda y el desánimo vence. La propia valoración es la madre de todas las bendiciones, ponerlas al servicio de la naturaleza es nuestra obligación.
Los hay que consiguen felicidad y éxito por casualidad, a veces es sólo material, a veces sólo espiritual, pero esa felicidad al no ser consciente no es duradera. El que busca experimentarla y compartirla en los todos los planos -espiritual, mental, emocional y material- tiene el objetivo más digno que se puede tener, el del alma en búsqueda de la autorrealización.
Si tomáramos de la naturaleza algunas ideas de cómo conseguirlo, si nos decidiéramos de una vez servirla y no explotarla, nos iría mucho mejor. Servir tiene mucho que ver con la ansiada felicidad.